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Primero los likes, después las instituciones

Por Manuel Nieto

Hay dos tópicos que, al menos entre la audiencia digital de El Diario Sur, son imbatibles en cuanto a la cantidad de likes y comentarios que pueden llegar a juntar. Uno es el relacionado a mascotas y animales, como el de la semana pasada en el que mostramos que un paciente internado en Clínica Monte Grande recibía la visita de su perrito. El otro es el de los ladrones muertos: una lluvia de comentarios celebratorios cuando un delincuente armado es abatido. Son fibras sensibles que los algoritmos están programados para tocar: el amor por un compañero fiel, el odio por los enemigos que nos pueden lastimar a nosotros o nuestras familias.¿Les suena alguien que tenga un discurso de mano dura contra la delincuencia y a la vez sea pura ternura cuando se refiere a sus “hijitos de cuatro patas”?

Javier Milei encarna como ningún político argentino y quizás como muy pocos a nivel mundial el clima de época. Por eso, a esta altura, se puede pensar cualquier cosa de él, pero no se debería subestimarlo. Llegó al poder sin experiencia, con un plan inédito, con la desconfianza generalizada de toda la clase política y de la mitad de la sociedad, sin gobernadores, con un exiguo grupo de legisladores y sin cuadros políticos propios. En un año ejerció el poder con contundencia, mantuvo el humor social a su favor y cumplió con la principal demanda del electorado: controlar la inflación. Esta semana, además, cristalizó el encuadre internacional de su presidencia exhibiendo abrazos de Donald Trump y Elon Musk.

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Envalentonado, este Milei con escudo norteamericano se animó a radicalizar aún más su discurso. Fue duro con el feminismo y con la comunidad LGTB, dos temas que no eran históricos en su agenda (siempre más económica), pero que sintonizan con la “alt right” estadounidense que banca a Trump. También apretó fuerte el acelerador cuando prometió ir a “buscar hasta el último rincón del planeta” a los “zurdos hijos de puta”. Es el tono que tienen los personajes más exitosos de las redes sociales, cuyos algoritmos “premian” los discursos radicalizados porque generan un mayor número de interacciones y “enganchan” a más cantidad de usuarios. Milei no se corre de ahí, aunque ahora sus amenazas ya no sean las de un loco que grita en la tele sino las del jefe de las fuerzas armadas y de seguridad interior de un estado soberano. Primero los likes, después las instituciones.

En este clima de época que recompensa a los más pasados de rosca se inscriben los imitadores de Milei. Guillermo Montenegro, el intendente de Mar del Plata que antes fue ministro de Seguridad porteño con el PRO y juez federal en Comodoro Py (más casta imposible) ahora promociona videos en los que agentes municipales sacan a las patadas de las veredas a la gente en situación de calle. Desde su cuenta oficial, Montenegro se enorgulleció de una trompada que un empleado municipal (no un policía) le pegó a un trapito que era sujetado por otros dos agentes.

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Otro ejemplo lo dio Clara Muzzio, la vicejefa del gobierno porteño que hasta hace unos meses participaba de las marchas LGTB y ahora busca notoriedad negando la identidad de las personas trans. Los imitadores oportunistas sin convicciones propias pueden causar rechazo por su patetismo. Pero también son un recordatorio de que la historia no sigue un recorrido lineal y que lo que hoy puede parecer una fuerza incontenible, mañana quizás recupere una posición marginal. Por lo pronto, estamos en el mientras tanto.

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